Con gran visión de futuro, crearon en el mismo año los colegios Alpamayo, para varones, y Salcantay, para mujeres.
Se gesta el proyecto
Suele decirse que los grandes proyectos toman su tiempo en madurar, perfeccionarse y fructificar. Y de la mano de Dios, esas grandes obras no pueden sino dar buenos frutos.
La semilla que inició el gran proyecto educativo Alpamayo se remonta a 1973. Ese año, llegó desde España Manuel Fontes de Albornoz, fundador e instructor de la recién creada FERT (Asociación Familiar para la Educación y Relaciones Tutoriales), con la misión de impartir en nuestro país los primeros cursos de orientación familiar. La semilla cayó en tierra fértil y es así que, inspirados en esta visita, un grupo de jóvenes matrimonios vinculados al Opus Dei impulsó la gestación del Centro de Orientación Familiar (COFAM), con el objetivo de seguir brindando asesoramiento para fortalecer la familia y promover el crecimiento personal de cada uno de sus miembros, especialmente los hijos.
La visita a Lima de san Josemaría Escrivá, en junio de 1974, significó un enorme aliento para esta nueva organización. El fundador del Opus Dei personificaba esa comunión entre la educación integral y los valores cristianos que COFAM tenía el propósito de impulsar. Poco tiempo después, en 1975, COFAM inició sus primeros cursos de orientación familiar, los que lograron congregar el interés de cientos de personas. Entre sus fundadores, podemos destacar en el momento inicial a los esposos Álvaro y Betty Belaunde, Alfredo y Silvia Cavassa, Aurelio y Miriam Palacios, Carlos y Consuelo del Águila.
Aquí se fue gestando una sólida prédica en torno al desarrollo de la familia y la formación de los hijos a partir de una educación personalizada. Se transmitía la importancia de que los niños y los jóvenes estuvieran muy bien asentados en el mundo, que tuvieran una madurez afectiva tan fuerte que les permitiera decidir por sí mismos sus propias acciones y pudieran decir no a aquellas que no les hacían bien. Por supuesto, se proponía que esto debía hacerse a través del instrumento más efectivo y conocido: la enseñanza, pero sin que en ningún momento los padres perdieran la primacía educativa, sino más bien fortaleciendo el hogar como el núcleo fundamental de esta educación.
Este apostolado caló hondo en muchos de los padres de familia que participaban de las charlas de COFAM y, cada vez más, la idea de poner en práctica en el Perú el modelo de educación personalizada fue cobrando mayor fuerza. De esta forma, la semilla continuó germinando. Para 1985, en concordancia con el impulso del prelado del Opus Dei, en aquel entonces el hoy beato Álvaro del Portillo, ya se tenía plasmado el propósito de crear dos colegios, uno de varones y otro de mujeres, en donde no solo se pudiera garantizar la formación intelectual, emocional y religiosa de los alumnos, sino también, y en armonía con las enseñanzas de san Josemaría, se fortaleciera el rol de los padres en la educación de sus hijos.
Los años en la primera sede
El 15 de noviembre de 1985, en el local del Programa de Alta Dirección de la Universidad de Piura, se llevó a cabo una reunión trascendental en la historia de Alpamayo. A esa reunión asistieron, entre otros, Alfredo y Silvia Cavassa, Carlos y Consuelo del Águila, Ricardo Rey Polis, Álvaro y Betty Belaunde, Jorge Velaochaga, José Agustín de la Puente, Pepe Cavassa, Víctor Pease, Ignacio Benavent y el Padre Vicente Pazos, a quienes, a partir de allí, se les encomendaría la labor de ser los promotores del proyecto de creación del futuro colegio. Poco tiempo después, se unieron al grupo promotor Mary de Cavassa, Augusto y Kitty Chiong, Edgard y Maggela Tejada, José Miguel y Laura Flores Estrada, a quienes, por su trabajo y empuje, se les considera también entre los fundadores.
El objetivo era concretar el colegio de varones, aún sin nombre, en los próximos doce meses. No se tenía nada, salvo el norte claro y el deseo de hacer realidad un colegio en el que prime la familia. Era un objetivo muy especial: debía desarrollarse una obra educativa dirigida a formar padres, congregar profesores con vocación de verdaderos orientadores y educar mejor a los hijos.
Los medios económicos para acometer esta empresa eran exiguos, pero abundaba el entusiasmo y compromiso de los promotores. Unos eran jóvenes y otros con mayor experiencia en la educación, pero todos con mucha humildad y predisposición.
Las cosas ocurrieron como guiadas por la mano de Dios. Pronto, se consiguió prestada una casa en Juan José Calle, en Miraflores, donde se montó la oficina y todos empezaron a colaborar facilitando algún mueble para acondicionarla. Luego se contrató a la afable y eficiente Juanita Avilés, quien se convirtió en la primera secretaria del colegio. A partir de allí, los padres empezaron a llegar cada vez en mayor número para preguntar y participar de esas primeras charlas informativas. Se les explicaba, con mucha convicción y claridad, cuál era el concepto de educación integral que se impartiría: educar al alumno en toda su dimensión, tanto intelectual, como física, afectiva y espiritual.
Una mañana, Ignacio Benavent llegó a la oficina con otra gran novedad. Ya tenía el nombre del colegio. Se llamaría “Alpamayo”, el mismo nombre de la montaña nevada considerada la más bella del mundo. Su afición de escalador le había inspirado para escoger un nombre que no solo representaba una imponente belleza sino también una sólida cima construida por la mano de Dios. Se habían barajado antes otros nombres. Entre ellos, El Pedregal, Los Altos y Los Montes, pero Alpamayo quedó aceptado desde el primer momento. Fue el nombre preciso.
Paralelo a estas charlas y las labores de organización, los promotores empezaron la búsqueda de un terreno para construir el futuro colegio. Así, se encontraron con que el club ecuestre Pinerolo, ubicado en Monterrico, cuyos dueños eran la familia Rizo Patrón, pensaba ser vendido.
El Pinerolo, fundado originalmente por el suizo Eduardo Morosini, también llamado “El Conde Morosini”, contaba con casi dos hectáreas de extensión, entre las cuadras, los picaderos, la famosa pista “Morosini”, nombrada así en honor de su fundador, y las áreas verdes. Este era un antiguo club de equitación que funcionaba en Monterrico desde la década del sesenta, luego de mudarse desde su local inicial de la avenida Salaverry. Resaltaban en su infraestructura las cuadras muy bien construidas y con un diseño especial basado en sólidas columnas que remataban en un techo hiperbólico.
Tras la adquisición, el proyecto fue encargado al estudio del arquitecto Haaker-Velaochaga, el mismo que propuso aprovechar el diseño y reconvertir las mencionadas cuadras en los salones del colegio.
La construcción se inició el 2 de enero de 1987 y finalizó el 30 de marzo de ese mismo año. Los trabajos duraron apenas tres meses, pero de denodado esfuerzo gracias al enorme empuje de Ignacio Benavent. Muchos, especialmente los padres de familia, dudaban de que el colegio se terminara a tiempo, más aún cuando pocos meses atrás no se veía nada avanzado y subsistían los caballos en los potreros. Las primeras familias que matricularon a sus hijos lo hicieron como un verdadero acto de fe, siendo Luis y Margarita Vinatea Valderrama los primeros en hacerlo, matriculando a sus hijos Omar y Luis.
El lunes 6 de abril de 1987, se iniciaron las clases, luego de una pequeña pero simbólica ceremonia de inauguración, en la que participó en ese entonces el Vicario Regional del Opus Dei en el Perú, Juan Luis Cipriani, quien bendijo la obra. Ese día, padres y alumnos fueron recibidos desde el portón de la calle Pio XII, luciendo los pequeños sus insignias con el bello escudo heráldico diseñado por Jorge Gandolfo. Se iniciaba así la ilusión del apostolado educativo, que hoy continúa con mayor fortaleza y que se ha convertido en el sello particular del colegio.
El colegio inició clases con 68 alumnos, distribuidos en los primeros cuatro grados disponibles: primero, segundo, tercer y cuarto grado de primaria. Ese año, se celebró la primera comunión con los niños del tercer y cuarto grado, y también se iniciaron los retiros mensuales para padres de familia.
El primer Director General fue el profesor Víctor Pease. Bajo su dirección, se hicieron las gestiones en el Ministerio de Educación para que la institución se convirtiera en un colegio experimental y bilingüe. Esto favorecía para que el Alpamayo elaborara su propio plan curricular, su propia línea educativa. En primaria, permitió incluir como un curso más el inglés y en secundaria, por ejemplo, se introdujo el curso de razonamiento verbal y matemático, que años después se incluyó como un curso oficial en toda la educación básica regular peruana. A su vez, el primer capellán fue monseñor Ricardo García, en aquel entonces un joven sacerdote, hoy obispo de la Prelatura de Yauyos.
En los años siguientes, el colegio creció en todos los aspectos. Se instituyeron las juntas de padres, los paseos, las catequesis, los retiros, las actuaciones, y tomó la posta en la Dirección General, Jaime Millás Mur. A su vez, el Padre Alberto Clavell inició en 1994 el programa “Solidaridad”, como un vehículo para sensibilizar a los alumnos sobre el amor al prójimo y la situación con los más necesitados. Actualmente, este programa atiende anualmente 11 proyectos en diversos lugares y apoya a más de 500 personas necesitadas cada año.
Cabe mencionar que desde un inicio, el Alpamayo dio un gran impulso al deporte, gracias al apoyo de sus primeros entrenadores. En fútbol, estaba el reconocido jugador Jaime Duarte, en tanto que en básquet, el laureado Raúl Duarte. Ambos, miembros de las respectivas selecciones nacionales, quienes llevaron a nuestra institución a importantes triunfos incluso en el Estadio Nacional y en Argentina. Nuestro colegio lleva el deporte en su ADN fundacional.
La antigua sede despertó un sentimiento especial entre los alumnos que pasaron por ella. Todos recuerdan con emoción las mismas aulas que utilizaron por varios grados, así como el patio y la hora del recreo, donde se daban cita más de cien chicos de diversos salones y en diferentes equipos, disfrutando a la vez de la cancha y los arcos tras una pelota, para alcanzar un gol y festejar con emoción, mientras los profesores los observaban desde el viejo pino. Escenas como esta quedaron grabadas en la mente de estos chicos, hoy grandes exalumnos.
En la mente de todos quedará grabada la cálida visita del entonces prelado del Opus Dei, monseñor Javier Echevarría, en agosto de 1996. Los patios del colegio albergaron reuniones multitudinarias del prelado con familias y jóvenes, tanto de nuestra comunidad como amigos e invitados. Nadie pensaba en aquel entonces que el Padre, como cariñosamente lo llamamos, nos volvería a visitar, ya en la nueva sede, en julio del 2010, donde además de las tertulias con miles de familias, sembró un árbol justo al lado de la Virgen de la Sonrisa, imagen de Nuestra Señora que preside la entrada.
La sede de Pinerolo brindó por doce años la calidez de un segundo hogar. Eran casi dos hectáreas muy bien aprovechadas y con un número no tan grande de alumnos. Incluso se pensó en algún momento continuar allí permanentemente, pero el Alpamayo debía crecer para consolidarse como uno de los mejores colegios y con altos estándares internacionales de excelencia educativa, y eso incluía implementar una completa infraestructura.
De la nueva sede a la actualidad
Hacia 1996, ya se tenía tomada la decisión de mudar el colegio a un local más grande. Es así que se inició la búsqueda de un terreno de entre cinco y seis hectáreas de extensión. La tarea no fue fácil; espacios de esa característica escaseaban cada vez más en Lima. Se llegó incluso a sobrevolar la ciudad en helicóptero para buscar desde el aire la mejor opción.
Cuando ya se iba a abandonar la búsqueda, apareció la posibilidad de adquirir un terreno propicio en Ate. Este había sido parte de una extensa propiedad agrícola vendida casi en su totalidad a un club deportivo para la construcción de su estadio. Felizmente, los dueños habían mantenido poco más de cinco hectáreas para un proyecto campestre que finalmente no se llegó a concretar, por lo que surgió la oferta de venta al colegio.
A partir de su adquisición, se encargaron varios proyectos y se eligió el del arquitecto José Bentín. El financiamiento provino de un crédito otorgado por la Corporación Andina de Fomento. El siguiente paso fue obtener los permisos municipales, tras lo cual se puso la primera piedra en setiembre de 1997. La construcción fue encargada a la empresa Cosapi.
Luego de varios meses de construcción, se colocó la última piedra en una sencilla ceremonia el 2 de octubre de 1998 y, sobre la marcha, se iniciaron los trabajos de traslado e implementación. El año escolar de 1999 inició en la nueva sede de la calle Bucaramanga, en Ate. Sin embargo, la inauguración oficial se realizaría recién el 27 de mayo de 1999.
Ese año, el colegio implementó los proyectos Optimist y Snipe, a la par de los mejores colegios europeos. Con ello, Alpamayo entraba al siglo XXI fortaleciendo su ya bien lograda excelencia académica. Los siguientes años se desarrollaron más logros en el campo de la calidad educativa. En el 2005, bajo la Dirección General de Manuel Viera, se trazó el planeamiento estratégico hasta el 2011, el cual debía preparar al colegio para lograr aplicar al Bachillerato Internacional. En el año 2008, asumió la Dirección Carlos Chang. Durante esos años, se logró migrar del modelo educativo por contenidos al modelo por capacidades. Este nuevo diseño curricular fue un gran aporte al modelo educativo.
A partir del 2011, la junta de gobierno de COFAM nombró al Mgr. Renzo Forlin Struque como director general del colegio. Desde ese momento, se han impulsado considerablemente tres grandes proyectos: la internacionalización del colegio, el desarrollo de un proyecto académico y formativo innovador basado en competencias y centrado en el alumno, y el desarrollo de proyectos de infraestructura.
Para el primer proyecto, se incrementó el bilingüismo llevándolo a más del 50% del plan de estudios. Se estableció la meta de que el colegio sirviera de puente para facilitar que los alumnos pudieran proseguir sus estudios en el extranjero. Hoy más del 20% de nuestros alumnos estudian en el extranjero. Por otro lado, se generó una serie de relaciones internacionales con instituciones de prestigio, como la International Boys School Coalition, que agrupa a importantes colegios de educación diferenciada de todo el mundo. Alpamayo pasó a tener desde el 2012 programas anuales de capacitación con especialistas venidos de Inglaterra, Canadá, Finlandia, España, Argentina y China. Se invitó a participar también a otras instituciones y, de manera especial, a la UGEL 06 del Ministerio de Educación con la idea de apoyar al máximo la educación pública de nuestro país.
El proyecto académico-formativo se orientó al desarrollo de competencias con nivel internacional y fuertemente basado en valores. En el 2012, inició sus actividades el Bachillerato Internacional. Se dio mucha importancia a la educación fuera del aula, impulsando proyectos de servicio, los viajes de estudios nacionales e internacionales, el Esquisse -máxima representación teatral del colegio que recoge la tradición de sus inicios-, el Alpamayo In Concert -que ofrece la presentación de la orquesta sinfónica del colegio y sus diferentes grupos de música-, destacando su desempeño en el escenario principal del Teatro Municipal en el 2015 y recibiendo por ello el Premio Nacional Antara de Plata por la promoción de la educación musical.
Junto al área académica, se sitúa el intenso desarrollo del plan de formación a través del cual ayudamos al alumno a diseñar su propio proyecto personal de vida, de la mano de sus padres y apoyado por el preceptor, designado por el colegio para la orientación personal de cada alumno realizada en colaboración con su familia.
En el año 2016 se concretó el proyecto del moderno polideportivo, con dos canchas de básquet y vóley, y con facilidades para la práctica de diversos deportes. Desde esa fecha, los logros del equipo de básquet no han dejado de crecer año a año, y a la par en fútbol, natación y atletismo. Alpamayo es un colegio en el que el deporte se practica con verdadera pasión.
Nuestra rica e interesante historia nos obliga a asumir el compromiso de mirar hacia arriba y adelante, buscando superar permanentemente nuestra propia marca. Y todo esto sabemos que es solo el principio: #AlpamayoParaTodaLaVida.