Recientemente, los peruanos recibimos la noticia de los resultados de la famosa prueba educacional llamada Pisa. Instituida en el año 2000, esta evaluación estandarizada intenta medir los logros de aprendizaje de los estudiantes de 15 años a nivel mundial. No participan todos los países, y la cobertura de esta prueba alcanza a poco más del 35% de países. El Perú hace bien en participar, si bien resultamos en posiciones muy bajas. Sin embargo, es un buen termómetro y un instrumento para tomar acciones y mejorar. De hecho, hemos ido mejorando en nuestros puntajes, y esto es muy positivo, pero otros países también.
En un gran despliegue, se miden los conocimientos en matemáticas, lectura y ciencias. Sin embargo, la prueba tiene también detractores y existen otras pruebas que tratan de resolver los sesgos de esta evaluación, como la prueba TIMSS, abocada a matemáticas y ciencias, en la cual el Perú no participa. En cualquier caso, estamos de acuerdo en que la educación no se limita al mundo de las matemáticas, de la ciencia o de la lectura. Se puede ser muy instruido y capaz, y a la vez ser un perfecto delincuente, tal y como la estadística de corrupción en el país y en el mundo nos muestra.
Ser una persona educada es ser una persona integral. ¿De qué sirve ser un “alumno aplicado” pero a la vez un perfecto egoísta? ¿Existiría la posibilidad de desarrollar una prueba para medir la integridad de las personas? ¿Cómo evaluamos la formación de las personas? A veces, confiamos en que mejorar a las personas es cuestión de mejorar el currículo escolar o universitario, y se inventan miles de cursos, se gastan horas en programas para tratar de enseñar a ser mejores personas. Y la respuesta es evidente: la corrupción en el país no disminuye, aumenta.
La trampa es que la solidaridad, la integridad y la honestidad no se enseñan en los libros. En todo caso, se muestra y se desvela. Pero donde realmente se enseñan es en la acción. La persona humana se revela en la acción. El buen jugador de un deporte no es un teórico de escritorio, sino aquel que baja a la cancha y, poniendo todo su esfuerzo, hace lucir su destreza.
¿Cómo ayudar, entonces, a nuestros hijos a mejorar en solidaridad, respeto y servicio a los demás? Pensar que esto es tarea del colegio es equivocarse. El colegio es siempre un espacio cerrado, que aunque tiene momentos de salida, nunca llega a todo el espacio vital de la persona. Es en la familia y en su propio contexto donde esto realmente tiene lugar. Esa es su cancha, como la cancha del buen jugador del que venimos hablando.
Ahora que vienen las vacaciones, estimados papás, tienen que poner atención para que sus hijos desarrollen un proyecto real de servicio y solidaridad con los demás. No se trata de dar una “limosna”, sea de tiempo, de dinero o de objetos, sino de comprometerse en un servicio real, constante y preocupado por los resultados. Las posibilidades son infinitas y parten siempre dentro de la casa, pero se proyectan también hacia afuera, más aún si los chicos ya son más grandes. Parten de los encargos intensos y costosos de hacerlos en la casa -la Madre Teresa decía que hay que amar hasta que duela-, a pasar a ayudar a los amigos, el vecindario, la parroquia, el barrio, en un proyecto de solidaridad como los hay muchos.
El Papa Francisco lo dice con la soltura que lo caracteriza: hay que salir a las periferias de la existencia. Pongamos los medios para que este verano no sea solo para los chicos un “lagartear” bajo el sol a las caricias de las olas o de la piscina, sino que sepan también tomar carta sincera en la ayuda a los demás.