Puede una película para niños arrastrarnos “al infinito” y más allá? ¿Por qué una serie, libro o película puede impactar en el corazón de nosotros, el mundo de “los grandes”? ¿Qué hechizo está debajo de un guión como para encantar así a los adultos? Toy Story 4 es una demostración de que todo esto es posible para quien tenga el corazón aún abierto y no lo haya fosilizado en la dureza del mundo real.
Acompañar a tus hijos a ver una película es una oportunidad formativa no solo para ellos, sino también para los padres. Eso sí, tiene que tratarse de una buena película, pues al igual que con la comida, lo que no está bien causa indigestión.
Deseo aprovechar estas breves líneas para valorar una idea que esta buena obra nos trae a colación. La primera es el valor de lo simple, de lo que aparentemente es el descarte de una sociedad hipertecnológica. Vayamos a la escena: Bonnie, la heredera de los juguetes del niño de las películas anteriores, se encuentra aburrida en el Kinder, triste y desorientada. El hábil vaquero Woody -uno de los juguetes de la protagonista- se encarga de recoger unos pobres materiales de la basura -crayolas, plastilina, chicle…- y consigue que Bonnie cree un muñeco que toma vida: Forky.
Pero Forky vive abrumada por la sensación de ser basura. A lo largo de un ritmo trepidante y de buen humor, terminará entendiendo su papel en la vida, que es dar alegría a los demás. Y es aquí donde detrás de una trama con la candorosidad de una obra para la niñez, se encuentran las grandes verdades que remueven el alma.
Como enseña Viktor Frankl, notable psiquiatra judío del siglo XX, quien vivió la experiencia de los campos de concentración de la Alemania Nazi, el hombre puede encontrar la libertad incluso en las más terribles circunstancias de tensión física y psíquica.